Anécdota en el tren

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Voy a contaros una anécdota que me sucedió no hace mucho en un tren de cercanías. Viajaba yo hacia Valencia cuando escuchamos el grito desgarrador de un niño. Todos nos volvimos hacia el origen del sonido. Y vimos, en dos asientos, a una pareja joven sentada frente a un chiquillo que, sentado en su carrito frente a ellos, emitía los desgarradores aullidos. No exagero, nunca en mi vida había oído semejantes berridos. Puse toda mi atención en escuchar lo que los padres decían a su desconsolado hijo. El padre decía: «Si te callas te lo doy». El niño repetía sus aullidos cada vez con más fuerza. Pude oír que decía: «¡¡¡Quiero una chucheeee!!!». A todo esto, la madre decía al padre: «¡Dásela!». Y el chico seguía diciendo con insistencia a su hijo, sabía que era observado por todo el vagón: «Si te callas te la doy».

Se la dio. Respiré tranquila. «Ya se ha acabado», pensé. Sí,si. El niño arreció en sus gritos con más gana, gritando: «¡¡¡Pelamelaaaaa!!!» Se la pelaron. Entonces se le salió de la boca y para que os cuento. Yo alucinaba de que de un cuerpo tan pequeño pudieran salir semejantes sonidos. Miré al padre con cierta lastima. A la madre me la tapaba un asiento y no la veía, pero le escuchaba decir a su pareja: «……. para que se calle! Los puntos suspensivos son lo que tocase en el momento: «Dáselo, pélaselo, o lo que hiciera al caso.

Me levanté para ir hacia la puerta, se acercaba mi parada. Y no pude resistirme, privilegios de la edad y la poca vergüenza, a acercarme a ellos y decirles: «Si ante semejante pataleta le dais un caramelo, pensad en que haréis cuando sea más grande que vosotros y el caramelo sea algo que no podáis costear. Os pegará».

A lo que el padre me respondió compungido: «Se lo damos para que se calle porque molesta a la gente». La madre asentía con la cabeza.

Yo me limité a observar: «Por favor, pero si ya nos ha taladrado los oídos sin piedad a todos los que estamos aquí. Aprovechar la coyuntura y no le deis lo que quiere».

Di media vuelta y me dirigí a la puerta, había llegado a mi destino. Oí que ella decía no sé que de hiperactividad. Justificaba inconscientemente su actitud y la de su hijo.

La tolerancia a la frustración es imprescindible para una buena salud mental. Como todo, tiene sus límites y tanto su ausencia como su exceso pueden provocar trastornos y desviaciones en la conducta. Aprender que no todo se puede conseguir «ya», es aprender que hay que saber esperar y que hay que ganarse las cosas.

Leí el comentario de una cooperadora en África y contaba que las mujeres africanas de ciertos lugares,  van con sus hijo a la espalda mientras hacen sus faenas y cuando  estos lloran, si es varón le dan enseguida de comer y si es hembra le hacen esperar. A la pregunta de la cooperante de por que hacían eso, le respondieron que al hombre hay que darle enseguida porque es impaciente por naturaleza y a las niñas hay que hacerlas esperar porque tienen que aprender lo que les espera en la vida. Ahí lo dejo. Tendremos que pensar seriamente en nuestras valoraciones y en nuestras actuaciones.

En otra ocasión, os contaré la anécdota de una joven madre con su hija y su sobrina, ambas de corta edad, en la playa.

Os preguntaréis donde está aquí la mujer numérica. Muy sencillo, sumar las veces que le dais a vuestro hijo-a caramelos a cambio de pataletas y valorar la intensidad de la pataleta y el valor del caramelo. Se entiende que caramelo es aquello que el pequeño pretende conseguir y pataleta es la bravata (grito, llanto, amenaza, etc.) que tiene para conseguirlo.

En otra ocasión os hablaré del REFUERZO INTERMITENTE, que tiene relación directa con lo anteriormente expuesto.

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