La masculinidad.

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Según un informe de la APA (Asociación americana de Psicología), basándose en un estudio de más de cuarenta años de investigación, la idea de  masculinidad asociada a conceptos tóxicos como: competitvidad, dominio, anti-feminidad, búsqueda de riesgo, evitación de muestras de debilidad, etc., inculcada sobre niños y hombres, limita el desarrollo psicológico de estos, así como interfiere en sus estrategias de afrontamiento, aumenta el conflicto de rol de género e influye de forma negativa en su salud física y mental, puesto que favorece la represión emocional y la negación del sufrimiento en el proceso de educación de los niños pequeños. También da lugar a conductas más agresivas y arriesgadas e inhibe la búsqueda de ayuda y la aceptación de que existe un problema.

Recojo esta información de INFOCOP, revista periódica que me envía el colegio de psicólogos como psicóloga colegiada.

¿Qué significa todo esto? ¿Masculinidad o machismo?  ¿Masculinidad a la base del machismo?

Según este mismo estudio, esta visión de la masculinidad aumenta la probabilidad  de conductas de riesgo (consumo de sustancias), conductas homofóbicas, acoso sexual, intimidación y violencia en general.

No es muy halagüeño, ¿verdad? Nos preguntamos constantemente que pasa con los hombres. Nos preocupa la escalada de violencia machista y pedimos a voz en grito a los gobernantes y legisladores que hagan leyes que nos protejan de esta violencia. Pero, me pregunto: ¿qué hacemos para cambiar esto como grupo social? Me pregunto: ¿hay leyes que puedan acabar con los maltratadores, con los violadores, con los hombres agresivos? La respuesta que encuentro es: «NO». Las leyes pueden aumentar y endurecer  las penas, pero no pueden evitar que cierto  número»machos» siga pensando y actuando como si fueran superiores. ¿De donde les viene esa creencia? El concepto de «masculinidad» nos explica en parte estas actuaciones.

No quiero que se interprete que la explicación conlleva una aceptación por mi parte. Pero, ¿qué hacer ante esto?, ¿cómo afrontarlo?, ¿cómo evitarlo?

Para poder cambiar una situación tan generalizada, hay que tomar medidas generalizadas. Para tomar estas medidas hay que entender el alcance del problema y la responsabilidad que tenemos todos y cada uno de nosotros como individuos de esta sociedad.

¿De donde surge la idea de que los chicos no pueden llorar o que no deben quejarse si se caen o que deben resolver los problemas usando la fuerza y no el razonamiento. Yo he oído a madres decir que tratan igual a sus hijos e hijas y luego he comprobado que no era ni remotamente así.

No es sencillo abordar el tema. Voy a tratar de ilustrar con ejemplos como se perpetúan conductas y en muchos casos se culpabiliza a la herencia genética, cuando es una herencia aprendida.

Recuerdo una llamada en la radio en la que una madre exponía su problema: «Fui muchos años mujer maltratada por mi marido, alcohólico empedernido; hubo de todo, insultos, violencia física, falta de dinero. Tengo un hijo que mientras esto sucedía era maravilloso, considerado, protector. Pero he aquí que se ha casado, ha tenido hijos y para mi asombro ha empezado a actuar como su padre. Su mujer y yo no nos lo podemos creer. Estamos desesperadas. ¿Es herencia genética?

He tratado de reproducir la narración de la señora lo más fielmente posible en tan corto relato. Le contesté: «No lo creo. Mas bien pienso que tu hijo era maravilloso por rebote a las actuaciones del padre. Pero al vivir las mismas experiencias del matrimonio, los hijos y las responsabilidades que conlleva sacar adelante una familia, las únicas soluciones a los problemas  que tiene son las que aprendió de su padre».

No hay que perder de vista que el primer modelo para un futuro hombre es su padre. Con el agravante de que buscará una mujer parecida a su madre.

Esto es solo la punta del iceberg. Cabría preguntarnos: ¿Educamos en igualdad de verdad ? ¿Tratamos, tanto padre como madre, igual al chico que a la chica? ¿Les regalamos un balón o una moto a nuestras hijas? ¿Les regalamos una muñeca a un varón? O una cocinita. Seguramente, no. Nos conformamos con decir que nos da igual comprar ropa de color rosa o verde, sea chico o chica. Si nuestra nena se cae de un columpio, le decimos: «Levántate machota, que tu puedes». ¿Repartimos por igual las obligaciones  y responsabilidades en el hogar?, o sea, cada uno lo suyo y lo de todos a partes iguales según su capacidad y posibilidad.

Yo tengo dos premisas: «Enseñarles a hacer lo que no saben y ayudarles a hacer lo que no pueden», sin distinción de sexos.

Otra cosa son las estrategias  que usemos para conseguir nuestros propósitos, que difieren de un hijo a otro, pero más en función de su carácter o situación entre hermanos que del sexo. Pero eso es otra historia. Lo dejaremos para más adelante, cuando tengamos alguna noción de comunicación adecuada y de negociación. De momento lo más importante es que observemos nuestras actuaciones, nuestras valoraciones, nuestras reacciones. En suma, lo que hacemos nosotros los adultos que puede perpetuar actitudes masculinizantes.

En este mismo informe, el profesor Ryon Mcdermott dice: » si podemos cambiar a los hombres, podemos cambiar el mundo», refiriéndose a la población masculina. Yo voy aun más lejos y digo:»Si no cambiamos las mujeres, difícilmente podremos cambiar a los hombres».

 

 

 

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